jueves, abril 30, 2015

La vieja ciencia económica, por Paul Krugman



Artículo de Krugman en el New York Times


Titulaba el otro día eleconomista.es «Paul Krugman: "Se burlaron de nuestras predicciones keynesianas y todas se han cumplido"». Lo recogí aquí.
Se me ha ocurrido realizar la traducción del interesantísimo artículo original completo, que ha levantado una intensa polvareda a ambos lados del Atlántico.
Las negrillas son mías.



EEUU aún no ha logrado una recuperación completa de los efectos de la crisis financiera de 2008. Aún así, parece justo decir que hemos recuperado mucho, aunque por supuesto no todo, del terreno perdido.

Pero no se puede decir lo mismo de la zona euro, donde el PIB real per cápita sigue siendo inferior a lo que era en 2007, y el 10 por ciento, o más, por debajo de donde debería estar a estas alturas. Peor que el historial de Europa durante la década de 1930.

¿Por qué lo ha hecho Europa tan mal? En las últimas semanas, he visto una serie de discursos y artículos que sugieren que el problema radica en la insuficiencia de nuestros modelos económicos - que tenemos que repensar la teoría macroeconómica, que ha dejado de ofrecer orientación normativa útil en la crisis. Pero ¿es realmente ésta la historia?
No, no lo es. Es cierto que pocos economistas predijeron la crisis. El impoluto secretito de la ciencia de la economía a partir de entonces, sin embargo, es que los modelos de los libros de texto básicos -reflejando un enfoque sobre las recesiones y recuperaciones que habría resultado familiar a los estudiantes de hace medio siglo- han funcionado muy bien. El problema es que los responsables políticos de Europa decidieron rechazar esos modelos básicos en favor de enfoques alternativos que eran innovadores, fascinantes y completamentes equivocados.
He estado repasando debates de política económica desde el año 2008, y lo que más destaca de 2010 en adelante es la gran divergencia de pensamiento que surgió entre los Estados Unidos y Europa. En EEUU, la Casa Blanca y la Reserva Federal permanecieron fundamentalmente fieles a la economía keynesiana estándar. El gobierno de Obama desperdició gran cantidad de tiempo y esfuerzo en busca del llamado Gran Acuerdo sobre el Presupuesto, pero siguió creyendo en la proposición de los libros de texto de que el gasto deficitario es realmente una buena cosa en una economía deprimida. Mientras tanto, la Reserva Federal ignoraba las advertencias ominosas sobre que estaba "degradando al dólar", manteniendo el apego a que sus políticas de bajos tipos de interés no causarían inflación en tanto que el desempleo se mantuviera alto.
En Europa, por el contrario, los políticos estaban preparados, y con ganas, para tirar por la ventana la economía de los libros de texto en favor de nuevos enfoques. La Comisión Europea, con sede aquí en Bruselas, se apoderó ansiosamente de las supuestas evidencias de la "austeridad expansiva", rechazando el caso convencional de gasto deficitario a favor de la afirmación de que el recorte del gasto en una economía deprimida crea puestos de trabajo debido a que aumenta la confianza. Mientras tanto, el Banco Central Europeo se tomó a pecho las advertencias de inflación y elevó los tipos de interés en 2011 a pesar de que el desempleo seguía siendo muy alto.
Pero mientras que los responsables políticos europeos podrían haberse imaginado que estaban mostrando una apertura loable a nuevas ideas económicas, los economistas a los que eligieron escuchar eran los que decían lo que querían oír. Buscaron justificaciones para las duras políticas a las que estaban determinados, por razones políticas e ideológicas, a imponer a los países deudores; agasajaron a economistas de Harvard como Alberto Alesina, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que parecían ofrecer esa justificación. Al final resultó que, sin embargo, todo esa fascinante nueva investigación era profundamente defectuosa, de una manera u otra.
Y conforme las nuevas ideas se estrellaban y ardían, la vieja economía iba viento en popa. Algunos lectores recordarán que hubo mucha burla en torno a las predicciones de los economistas keynesianos, yo incluido, sobre que las tasas de interés se mantendrían bajas a pesar de los enormes déficits presupuestarios; que la inflación permanecería sometida a pesar de enormes compras de deuda en bonos por parte de la Fed; que fuertes recortes en el gasto público, lejos de desatar un auge impulsado por la confianza en el gasto privado, causarían que el gasto privado cayera aún más. Pero todas estas predicciones se hicieron realidad.
El punto capital es que es incorrecto afirmar, como hacen muchos, que la política fracasó porque la teoría económica no proporcionó la política orientadora que los responsables políticos necesitaban. En realidad, la teoría proporcionaba una excelente orientación, con sólo que los políticos hubieran estado dispuestos a escuchar. Por desgracia, no lo estaban.
Y todavía no lo están. Si quiere sentirse realmente deprimido sobre el futuro de Europa, lea el artículo de opinión de Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas alemán, que el miércoles fue publicado por The Times. Es un rechazo de plano de todo lo que sabemos sobre Macroeconomía, de todas las ideas, que la experiencia europea de estos últimos cinco años confirma. En el mundo del señor Schäuble, la austeridad conduce a la confianza, la confianza genera crecimiento, y, si ello no funciona para su país, es porque no se están haciendo las cosas bien.
Pero volvamos a la cuestión de las nuevas ideas y su papel en la política. En general, es difícil argumentar en contra de las nuevas ideas. En los últimos años, sin embargo, las ideas económicas innovadoras, lejos de ayudar para proporcionar una solución, han sido parte del problema. Nos hubiera ido mucho mejor de haber seguido apegados a la macroeconomía de antaño, que luce mejor que nunca.
America has yet to achieve a full recovery from the effects of the 2008 financial crisis. Still, it seems fair to say that we’ve made up much, though by no means all, of the lost ground.

But you can’t say the same about the eurozone, where real G.D.P. per capita is still lower than it was in 2007, and 10 percent or more below where it was supposed to be by now. This is worse than Europe’s track record during the 1930s.

Why has Europe done so badly? In the past few weeks, I’ve seen a number of speeches and articles suggesting that the problem lies in the inadequacy of our economic models — that we need to rethink macroeconomic theory, which has failed to offer useful policy guidance in the crisis. But is this really the story?
No, it isn’t. It’s true that few economists predicted the crisis. The clean little secret of economics since then, however, is that basic textbook models, reflecting an approach to recessions and recoveries that would have seemed familiar to students half a century ago, have performed very well. The trouble is that policy makers in Europe decided to reject those basic models in favor of alternative approaches that were innovative, exciting and completely wrong.


I’ve been revisiting economic policy debates since 2008, and what stands out from around 2010 onward is the huge divergence in thinking that emerged between the United States and Europe. In America, the White House and the Federal Reserve mainly stayed faithful to standard Keynesian economics. The Obama administration wasted a lot of time and effort pursuing a so-called Grand Bargain on the budget, but it continued to believe in the textbook proposition that deficit spending is actually a good thing in a depressed economy. Meanwhile, the Fed ignored ominous warnings that it was “debasing the dollar,” sticking with the view that its low-interest-rate policies wouldn’t cause inflation as long as unemployment remained high.


In Europe, by contrast, policy makers were ready and eager to throw textbook economics out the window in favor of new approaches. The European Commission, headquartered here in Brussels, eagerly seized upon supposed evidence for “expansionary austerity,” rejecting the conventional case for deficit spending in favor of the claim that slashing spending in a depressed economy actually creates jobs, because it boosts confidence. Meanwhile, the European Central Bank took inflation warnings to heart and raised interest rates in 2011 even though unemployment was still very high.  


But while European policy makers may have imagined that they were showing a praiseworthy openness to new economic ideas, the economists they chose to listen to were those telling them what they wanted to hear. They sought justifications for the harsh policies they were determined, for political and ideological reasons, to impose on debtor nations; they lionized economists, like Harvard’s Alberto Alesina, Carmen Reinhart, and Kenneth Rogoff, who seemed to offer that justification. As it turned out, however, all that exciting new research was deeply flawed, one way or another.


And while new ideas were crashing and burning, that old-time economics was going from strength to strength. Some readers may recall that there was much scoffing at predictions from Keynesian economists, myself included, that interest rates would stay low despite huge budget deficits; that inflation would remain subdued despite huge bond purchases by the Fed; that sharp cuts in government spending, far from unleashing a confidence-driven boom in private spending, would cause private spending to fall further. But all these predictions came true.


The point is that it’s wrong to claim, as many do, that policy failed because economic theory didn’t provide the guidance policy makers needed. In reality, theory provided excellent guidance, if only policy makers had been willing to listen. Unfortunately, they weren’t.


And they still aren’t. If you want to feel really depressed about Europe’s future, read the Op-Ed article by Wolfgang Schäuble, the German finance minister, that was published Wednesday by The Times. It’s a flat-out rejection of everything we know about macroeconomics, of all the insights that European experience these past five years confirms. In Mr. Schäuble’s world, austerity leads to confidence, confidence creates growth, and, if it’s not working for your country, it’s because you’re not doing it right.

But back to the question of new ideas and their role in policy. It’s hard to argue against new ideas in general. In recent years, however, innovative economic ideas, far from helping to provide a solution, have been part of the problem. We would have been far better off if we had stuck to that old-time macroeconomics, which is looking better than ever.




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